Wednesday, November 12, 2008

La Caja Tonta


No sé quién fue el sagaz individuo que le puso el nombre the idiot box (caja tonta) al televisor. Seguramente era un tipo que se quedó pegado a la pantalla, embrutecido por los programas que transmitían, uno tras otro, hasta que decidió que un minuto más delante del televisor lo iban a dejar más idiota que un pepino. Así que ahí se fue a sentar en una butaca cómoda a leer un libro de poesía, y entre verso y verso, llegó a la sabia y lírica conclusión que ese aparato lleno de sinsentidos merecía por antonomasia el apelativo de caja tonta o caja idiota.

Tengo que admitir que iba bastante acertado al nombrar el televisor caja idiota, especialmente en estos tiempos que la programación en televisión, particularmente la hispana (exceptuando los informativos y programas de especial interés), deja mucho que desear. Alguien argumenta que la audiencia hispana en Estados Unidos carece del nivel cultural que es esencial para elevar la programación a niveles superiores. Al intentar examinar esta aseveración nos tropezamos con el tradicional argumento de que la telivisión es un medio de comunicación dirigido a las masas populares y cuyo objetivo es el de entretener, en lugar de informar o educar. Este argumento no me convence. Por una parte, existen millones de hispanos en este país que son profesionales y que disfrutarían de una programación de calidad en español. Por otra, la denominada masa popular también disfrutaría de lo mismo, porque la calidad no es una cosa que se rechaza, no importa el bagaje cultural que uno tenga. Solamente hay que ver el sinfín de canales informativos y de documentales que existen en la televisión de habla inglesa. Desafortunadamente, nosotros tenemos pocas cadenas para escoger, y el que no entienda el inglés, no tiene otra opción que ver la vacua programación hispana.

Un televidente que quiere satisfacer sus aspiraciones intelectuales y tiene que depender regularmente de improbables aventuras románticas, de la irrealidad de los reality en español, del frívolo chismorreo de una farándula de pandereta, está en efecto creando para sí un nivel tonto. Estaría mejor leyendo un libro, haciendo el amor o entablando una conversación con un familiar, un vecino o algún jubilado de los alrededores. La tesis en este caso, es quizá algo ingenua, pero hay que empezar por algún sitio. Si en determinados sectores, la audiencia carece de aquel interés por temas de corte instructivo, debería ser la responsabilidad de la cadena de estimular éstos y contribuir directamente a la mejora del nivel de la audiencia. La comunidad Hispana es variada y diversa. Sólo la une un idioma común y un cierto fondo cultural que, con el pasar del tiempo, es cada vez más vago, incierto y disperso. Sin embargo, el pluralismo cultural puede ser una ventaja porque genera una amplia gama de nuevas perspectivas. Por eso, es factible iniciar una campaña -- con los limitados medios con que se cuenta -- dirigida a enaltecer el alcance del idioma y a grabar en la mente de la audiencia los valores culturales que arrastra el idioma español. Empresas, instituciones y entidades académicas tienen la capacidad de encauzar la opinión pública y de exigir mejor producción/programación a las cadenas.

La televisión debe entretener, educar e informar. Si no se encuentra un equilibrio racional entre estas necesidades, nos encontramos con un medio de comunicación que obliga a la audiencia a segmentarse.

También hay que tomar en cuenta que el futuro se perfila por el impacto de lo audiovisual en nuestra vida cotidiana. Por eso es importante que la calidad de las imágenes que veamos y producimos en televisión y cine reflejen nuestra visión del mundo, nuestra realidad. Si nos dominan otra visiones, otras ópticas que no sean las nuestras, perderemos nuestra identidad cultural. Con esto no quiero decir que todos los programas tengan que tener ese dramático trasfondo neorealista, ni tienen que ser obras de la talla de Buñuel, de Gutiérrez Alea o de Luis Figueroa, pero hay que hacer un esfuerzo para divulgar más calidad. Calidad incluso en lo comercial. Es imperativo si queremos mantener nuestra visión del mundo intacta.

El televisor, hoy en día, es parte integral no sólo del hogar sino tambien de los ritos y de las costumbres que rigen la unidad familiar. Es la hoguera de nuestros antepasados, donde anteriormente se sentaba la familia alrededor del fuego a mirar las llamas y a escuchar las viejas leyendas que divulgaban los ancianos. Las leyendas ahora brotan de la pantalla y nos traen un mundo de mil imágenes, una tras otra. No hay que perderse en las imágenes, hay que utilizarlas para nuestro deleite o para fomentar nuestra cultura universal. Hay que avanzar y, encima, culturizarnos cinematográficamente. El televisor puede ser uno de los medios que nos ayude a enfrentarnos al mundo del futuro.

Me sentiría orgulloso si nuestra televisión llegara a alcanzar un nivel de alta calidad. Ya dejaría de ser, en cierta medida, la caja tonta que embrutece al pobre televidente. Sería una caja sin más; una muestra de nuestro esfuerzo por superarnos; un testimonio de que hemos empezado a dominar el mundo audiovisual con la virtud de nuestra fantasía. Una fantasía que merece ser vista por todas las culturas, empezando por la nuestra. (© M. Miranda 2008. All Rights Reserved.)


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