Thursday, November 13, 2008

Yo, el Futuro



Si yo pudiera adivinar el futuro con bastante regularidad y, curiosamente, lo hago en contadas ocasiones, sería la persona más aburrida del mundo. Mi vida no tendría misterio, y una vida sin misterio es como un beso sin pasión o un desierto sin espejismos. La gracia de la vida es lo desconocido por conocer, o como decía mi abuelo: "la gracia del misterio es la vida que se le da al misterio." Yo, por suerte, como el resto de la humanidad, desconozco elementos importants de mi futuro, aunque, al igual que la gran mayoría, puedo intuir el desarrollo de acontecimientos cuyo origen tienen lugar en el presente. Pero, claro, si tuviera aquella cualidad de conocer mi futuro con cierta seguridad, estaría condenado a vivir una vida limitada al presente, sin la expectación de algún futuro prometedor, y el único misterio en mi vida sería mi pasado.

La capacidad de adivinar el futuro, tal y como se promociona y vende, es un dudoso don que exhiben algunos. Dudoso porque no hay que olvidar que la intuición, los poderes de deducción, las dotes de observación y sus ágiles complementos de análisis y referencia, son elementos reales en cualquier formula de adivinación, futurología, nefrología y otras ingeniosas formas que algunos adoptan para justificar inclinaciones parapsicólogas. En otras palabras, Madame Zuzú, la esbelta pero sólida adivinadora que lee el futuro, hace uso de todos estos elementos en forma más afinada y profunda que una persona cualquiera. Sólo con mirarte y hacer un rápido inventario de calidad, estilo y forma, empezando desde la vestimenta, Madame Zuzú obtiene la segunda impresión. La primera estaba ya archivada cuando se solicitó la sesión. Si acudes a Madame Zuzú es porque existe algún problema, ya sea personal o profesional. Ambas categorías son relativamente fáciles de diagnosticar. En el primer caso se repasa el elenco de conflictos relativos al trabajo: los problemas con el jefe, con un colega, la misma falta de trabajo, la pobre remuneración, las posibilidades de un traslado, la incertidumbre que a todos nos agobia, etc. En el lado personal, invariablemente son tres factores los que influyen en el bienestar de las personas y culaquier alteración en uno de ellos puede dar lugar a descalabros en los otros dos. La salud, el dinero y el amor. La ecuación está servida. Sólo le queda a Madame Zuzú hilar una sutil tejido de observaciones, consejos y aclaraciones en tono poco comprometedor.

Todo esto, sin embargo, no niega la existencia de casos poco explicables de personas que en determinadas circunstancias "ven" o adivinan las características de un evento aún por ocurrir. No olvidemos que la mente humana y su capacidad de comunicación y captación de influencias externas, esconde infinidad de recursos que aún no se han definido, pero que ya se intuyen, como los experimentos sobre Percepción Extra Sensorial, Parapsicología y Control del Pensamiento.

La otra cara de la moneda es la infalibilidad de aquellos quiromantes que ven el futuro, ya sea a través de juegos de naipes exóticos, leyendo las líneas de la mano o del pié, estudiando el perfil de las orejas, auscultando el chirrido de la rodilla izquierda o interpretando los mensajes que dejan algunas hojitas de té en una delicada taza de porcelana. Si un ínfimo porcentaje de su infalibilidad fuese real, no habría guerras, asesinatos, divorcios, fracasos, accidentes, ni problemas con la suegra. Tampoco servirían las loterías y juegos de azahar ya que en poco tiempo los adivinadores, brujos, quiromantes y otros cantamañanas, habrían copado todos los premios y despojados a las administraciones de loterías de sus fondos y recursos. Las carreras de caballos se convertirían en aburridas reuniones donde la gran enigma para el público sería si el caballo ganador estaba o no compromeido con la yegua de la carrera anterior. Reno, Las Vegas y Atlantic City tendrían que transformar su concepto de fabricar sueños y posiblemente convertirse en fábricas de salchichas o de camisetas para señoras de la clase media. Menos mal que las cosas son como son. Dejemos que el futuro edifique su propio escenario y que el pasado sirva de prólogo.

Al pensar detenidamente en los términos de este artículo, decidí obtener una opinión de alguien cualificado para emitir un juicio razonado y, quizá, ofrecer una que otra sugerencia de utilidad. Pensé inmediatamente en Madame Zuzú. No fué fácil obtener una cita. Parece que ella tiene una clientela regular que le consulta sobre infinidad de temas. Esta clientela incluye boxeadores, políticos, carniceros, escritores, pilotos, paparazzis y también un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge.

Al preguntarle a Madame Zuzú sobre la idea de escribir este artículo, me espetó: "El referirte a nuestro gremio en términos poco favorables te va costar un sopapo de mi parte. Está escrito en las cartas y en tu futuro!"

“Yo sólo relato lo obvio,” le dije.

“¿Qué es lo lo obvio?”

“Que no existe el futuro.”

“Y, entonces, ¿qué diablos pinto yo y Walter Mercado?”

“Pintan los deseos y las esperanzas, pero no el futuro.”

“No tú futuro, porque no crees en él, pero sí el de millones de otras personas.”

“No. Mi futuro, como el de millones de otras personas, serán siempre parte del presente,” le contesté.

Le salió una carcajada que sonaba más a gargajo. Luego me soltó un sopapo que me sacudió la mollera y me cerró la puerta en las narices.

Al final, tenía razón. No mentía.

Hubo sopapo. Y hubo futuro.

Wednesday, November 12, 2008

¿Hablando se entiende la gente?


Entre las lengua romances, la lengua española es quizá la más rica en expresión y la más profunda en concepciones y matices. Mi padre decía que en lo que toca a idiomas hay que tener en cuenta que el Todopoderoso sabía muy bien lo que hacía cuando instaló lenguas, idiomas y dialectos en el pastel que acababa de crear. Mi padre no se limitó a repetir la leyenda de Babel, donde la furia de un Dios neurasténico hizo que los hombres no se entendieran entre sí, así creando las lenguas del mundo y la imposibilidad de poder llegar al cielo. Todo lo contrario. El Todopoderoso pensó, correctamente, que al instalar seres humanos en diversas latitudes del planeta, éstos se adaptarían rápidamente a su entorno y crearían comunidades y pueblos. Sin embargo, se dió cuenta de que los seres que había creado, tenían unas cuerdas vocales excelentes, pero que no las sabían usar. Rectificó dándoles a sus creaciones la abilidad de articular sonidos que, oportunamente se convertirían en palabras y expresiones.

El entorno fué la gran influencia en el desarrollo de las lenguas. Todo empezó con imitaciones de los sonidos de la naturaleza. Los ríos, la lluvia, el trueno, inclusive el silencio. Luego los sonidos que hacían los animales, el trinar de los pájaros, el rugido de las fieras y finalmente las cadencias de comunicación personal que persisten hasta ahora y que son la base de las lenguas modernas. Así nacieron infinidad de lenguas, dialectos e idiomas.

El idioma Inglés el Todopoderoso lo reservó para dedicarlo a los negocios; es una lengua clara y sin embargo rica que permite evitar rodeos y extraer los conceptos sin grandes complicaciones.

El Alemán lo consideró como el idioma perfecto para menesteres militares o aquellos que requieren comandos enérgicos y disciplinados: es sonoro, áspero y no puede utilizarse para susurrar o decir tiernas palabras al recluta, soldado o subordinado que espera instrucciones ansiosamente. Incluso en las situaciones más tiernas, el idioma Alemán peca de cierta rudeza. Una canción de cuna en Alemán tiende a sublevar al recién nacido o a hacerlo adoptar actitudes indiferentes.

No dudó al hacer al Francés el idoma del amor y de la diplomacia. Tanto el amor con la infinita variedad de sus expresiones, inuendos, sugerencias y susurros y la diplomacia con sus requiebros, ambigüedades y falsedades sirven los mismos propósitos: decir mucho y bien, dar lo menos posible y obtener las mayores concesiones. La suavidad y belleza de los vocablos del idioma Francés inspiran o ternura o provocan los preámbulos de la pasión. Su sintaxis y sutileza de expresión permiten su uso en las más complicadas situaciones románticas o en los litigos más enredados. Aparte de sus cadencias nasales y sus melifluos tonos, tiene una espina dorsal de pocos decibeles incapaces de transmitir sentimientos belicosos. Nos es algo difícil imaginar a Napoleón Bonaparte, exortando a sus oficiales y a las tropas en Francés. Quizá por ello terminó donde terminó.

Las lenguas orientales las limitó a remotos grupos étnicos donde la palabras sirven para cubrir las superficies de las cosas, dando a entender que detrás existe un misterio que requiere más del silencio que del sonido. No hay más que ver que las lenguas orientales son parábolas de sí mismas y permiten ver el mundo desde una paradoja transcendental.

A las lenguas africanas, aborígenes e indígenas, el Todopoderoso le dió la gracia de comunicar con la naturaleza. Siendo basicamente lenguas con cadencias tonales, viven del ritmo que transcurre entre las diferentes estaciones de la tierra, las melodías del medio ambiente y los vientos que susurran de los cuatros rincones del mundo.

Para el arte y la poesía, el Todopoderoso apostó por el Italiano. Está claro que hablar de arte en Italiano permite a uno no sólo hablar sino también sentir a través de la expresión, la belleza de una escultura, el efecto de tonos en un cuadro o el misterio de un atardecer en Lago Maggiore, Vernazza, la isola de Capri o las montañas de Cedegolo. Quizá por ello, Benito Mussolini, Il Duce, al hacer sus pobres imitaciones de Hitler en Italiano, convocando a miles de ciudadanos, no pudo nunca inspirar arranques de belicismo o militarismo de su pueblo. Y le pasó lo que le pasó: Colgado con Claretta en un poste de Piazzale Loreto en Milan.

¿ Y el Español?

Se le iluminaba la cara a mi padre cuando se llegaba al Español.

-Déjame que te cuente -me decía-. Cuando yo le preguntaba al Todopoderoso porque creó el Español, El me susurraba, muy a su estilo, mientras ojeaba las ilustraciones de Doré en la version del Quijote que le habían regalado para Navidad:

"El Español, hijo mío, es para hablar conmigo!"

(© M. Miranda 2008. All Rights Reserved.)

Las mentiras de mis mentiras son mis verdades

Yo soy un mentiroso. Soy el más mentiroso de todos los mentirosos, el mentiroso por excelencia, el super mentiroso. Sí, soy mentiroso porque siempre digo la verdad. Y cuando digo una mentira, me aseguro de que sea verdad. ¿Será verdad lo que digo o será mentira? Si es usted un mentiroso sabrá que lo que digo es verdad, pero si es usted una persona que por ley se inclina por decir la verdad, lo mío, para usted, será siempre una mentira. Pero no mienta, diga la verdad, no sea usted un mentiroso. Ya sé, ya sé, todos somos unos mentirosos. No sabemos lo qué es mentira, y lo que es verdad.

Cuando era pequeño y todavía no podía distinguir entre la mentira y la verdad, las personas mayores se adjudicaban el derecho de decidir por mí. Me advertían que cualquier extravío de la norma era contra natura y que incluso podría ser sancionado con un castigo ejemplar. De este modo sus verdades llegaron a ser mis verdades, y sus mentiras no llegaron a ser nada para mí porque supuestamente ellos nunca decían mentiras. Yo, por el contrario, sí las decía y era castigado ejemplarmente en repetidas ocasiones. Hasta que me di cuenta que había dos maneras de evitar ser castigado: uno, era decir la verdad -y hubo muchas veces que la verdad también acarreaba dolorosas consecuencias-; y la otra, era decir una mentira que los mayores no podían descubrir o que era parte de aquella enciclopedia de mentiras impuesta por la sociedad. ¡Ay de mí! si lo descubrían.

Con el pasar de los años, aprendí a no mentir y a percibir el mundo a través de lo que siempre he considerado una objetividad subjetiva. Claro, ésto lo he hecho aceptando que cualquier visión refleja preferencias personales sujetas invariablemente a las normas de la cultura que me circunda. Pero dentro de todo, no había mentiras, y, si las había, yo las llamaba -eufemísticamente- pequeños ejercicios de inventiva, fabricaciones mentales, fantasías neuronales o modestas reformas de la realidad. Y nunca con la intención de ofender, perjudicar o herir. Eran, en mi criterio, pequeños deslices de la imaginación.

Sin embargo, donde sí he encontrado la mentira es en el mundo exterior. Es como un sutil velo que cubre tantas cosas y que no deja vislumbrar la verdad que se esconde detrás. No sé si la culpa es mía. ¿Tengo yo, acaso, una percepción desacertada? ¿O tengo algo de razón? ¿O es mi razón, "la razón de la sinrazón?"

Sea cual fuera el caso, no cabe duda de que el mundo está lleno de mentiras. Es más, admitir lo contrario sería una mentira. No hay más que ver los embustes, los artificios, las patrañas, las falsedades, las supercherías, las triquiñuelas, las tropelías que existen por doquier: empezando por la historia y pasando por la política, la religión, las noticias, los periódicos, la cultura, el deporte, el cine, la televisión e incluso los dibujos animados.

Mentiras por toda partes, como una plaga. Muchas de ellas institucionalizadas, beatificadas, legalizadas. Para contrarrestar esta plaga, urge tener un amplio conocimiento de la cultura y de cómo funciona la sociedad. Es lamentable el hecho de que tenemos que vivir en un mundo de mentiras, teniendo a nuestro alcance un universo de verdad. Pero, ¿seríamos capaces de vivir en un mundo de verdad? ¿Nos beneficiaría la verdad o nos destrozaría?

Estas son preguntas que un mentiroso como yo no puede responder. Lo que sí les puedo contar es una anécdota:

Sentado al lado de un camino estaba Lao Tse cuando pasó por ahí Confucio.

-¿Dónde vas? -le preguntó Lao Tse.

-Voy en busca de la verdad -respondió el sabio chino.

-Sabes muy bien que la verdad no se encuentra buscándola, porque no está escondida, sino alrededor nuestro, en todas las cosas. No hace falta buscar la verdad. Lo único que hace falta es creer en ella, creer que es verdad todo lo que existe.

-Pero los hombres mienten.

-Y las mentiras de los hombres son sus verdades, como la verdad del cielo es el azul y la verdad del viento es el ruido que hace entre las hojas.

Confucio, después de aquella conversación con el filósofo chino, se sentó al lado del camino y pasó mucho tiempo meditando. ¿Había descubierto por fin la verdad?

Yo, como buen mentiroso, sé dónde descubrir la verdad. Está detrás de cada mentira, escondida en apartados rincones de la conciencia humana donde el silencio coexiste con el vacío. Como me dijo mi abuelo, que fue un gran mentiroso: "La verdad, querido nieto, es una luciérnaga que brilla en la noche. A veces está aquí, a veces está al otro lado, a veces está cerca, a veces está lejos y muchas veces no sabes donde está porque no brilla. Pero sabes que está, sin lugar a dudas, sabes que está, sabes que brillará..." (© M. Miranda 2008. All Rights Reserved.)

La Caja Tonta


No sé quién fue el sagaz individuo que le puso el nombre the idiot box (caja tonta) al televisor. Seguramente era un tipo que se quedó pegado a la pantalla, embrutecido por los programas que transmitían, uno tras otro, hasta que decidió que un minuto más delante del televisor lo iban a dejar más idiota que un pepino. Así que ahí se fue a sentar en una butaca cómoda a leer un libro de poesía, y entre verso y verso, llegó a la sabia y lírica conclusión que ese aparato lleno de sinsentidos merecía por antonomasia el apelativo de caja tonta o caja idiota.

Tengo que admitir que iba bastante acertado al nombrar el televisor caja idiota, especialmente en estos tiempos que la programación en televisión, particularmente la hispana (exceptuando los informativos y programas de especial interés), deja mucho que desear. Alguien argumenta que la audiencia hispana en Estados Unidos carece del nivel cultural que es esencial para elevar la programación a niveles superiores. Al intentar examinar esta aseveración nos tropezamos con el tradicional argumento de que la telivisión es un medio de comunicación dirigido a las masas populares y cuyo objetivo es el de entretener, en lugar de informar o educar. Este argumento no me convence. Por una parte, existen millones de hispanos en este país que son profesionales y que disfrutarían de una programación de calidad en español. Por otra, la denominada masa popular también disfrutaría de lo mismo, porque la calidad no es una cosa que se rechaza, no importa el bagaje cultural que uno tenga. Solamente hay que ver el sinfín de canales informativos y de documentales que existen en la televisión de habla inglesa. Desafortunadamente, nosotros tenemos pocas cadenas para escoger, y el que no entienda el inglés, no tiene otra opción que ver la vacua programación hispana.

Un televidente que quiere satisfacer sus aspiraciones intelectuales y tiene que depender regularmente de improbables aventuras románticas, de la irrealidad de los reality en español, del frívolo chismorreo de una farándula de pandereta, está en efecto creando para sí un nivel tonto. Estaría mejor leyendo un libro, haciendo el amor o entablando una conversación con un familiar, un vecino o algún jubilado de los alrededores. La tesis en este caso, es quizá algo ingenua, pero hay que empezar por algún sitio. Si en determinados sectores, la audiencia carece de aquel interés por temas de corte instructivo, debería ser la responsabilidad de la cadena de estimular éstos y contribuir directamente a la mejora del nivel de la audiencia. La comunidad Hispana es variada y diversa. Sólo la une un idioma común y un cierto fondo cultural que, con el pasar del tiempo, es cada vez más vago, incierto y disperso. Sin embargo, el pluralismo cultural puede ser una ventaja porque genera una amplia gama de nuevas perspectivas. Por eso, es factible iniciar una campaña -- con los limitados medios con que se cuenta -- dirigida a enaltecer el alcance del idioma y a grabar en la mente de la audiencia los valores culturales que arrastra el idioma español. Empresas, instituciones y entidades académicas tienen la capacidad de encauzar la opinión pública y de exigir mejor producción/programación a las cadenas.

La televisión debe entretener, educar e informar. Si no se encuentra un equilibrio racional entre estas necesidades, nos encontramos con un medio de comunicación que obliga a la audiencia a segmentarse.

También hay que tomar en cuenta que el futuro se perfila por el impacto de lo audiovisual en nuestra vida cotidiana. Por eso es importante que la calidad de las imágenes que veamos y producimos en televisión y cine reflejen nuestra visión del mundo, nuestra realidad. Si nos dominan otra visiones, otras ópticas que no sean las nuestras, perderemos nuestra identidad cultural. Con esto no quiero decir que todos los programas tengan que tener ese dramático trasfondo neorealista, ni tienen que ser obras de la talla de Buñuel, de Gutiérrez Alea o de Luis Figueroa, pero hay que hacer un esfuerzo para divulgar más calidad. Calidad incluso en lo comercial. Es imperativo si queremos mantener nuestra visión del mundo intacta.

El televisor, hoy en día, es parte integral no sólo del hogar sino tambien de los ritos y de las costumbres que rigen la unidad familiar. Es la hoguera de nuestros antepasados, donde anteriormente se sentaba la familia alrededor del fuego a mirar las llamas y a escuchar las viejas leyendas que divulgaban los ancianos. Las leyendas ahora brotan de la pantalla y nos traen un mundo de mil imágenes, una tras otra. No hay que perderse en las imágenes, hay que utilizarlas para nuestro deleite o para fomentar nuestra cultura universal. Hay que avanzar y, encima, culturizarnos cinematográficamente. El televisor puede ser uno de los medios que nos ayude a enfrentarnos al mundo del futuro.

Me sentiría orgulloso si nuestra televisión llegara a alcanzar un nivel de alta calidad. Ya dejaría de ser, en cierta medida, la caja tonta que embrutece al pobre televidente. Sería una caja sin más; una muestra de nuestro esfuerzo por superarnos; un testimonio de que hemos empezado a dominar el mundo audiovisual con la virtud de nuestra fantasía. Una fantasía que merece ser vista por todas las culturas, empezando por la nuestra. (© M. Miranda 2008. All Rights Reserved.)


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